El alma de la mujer

Tras la enorme crisis para la Iglesia Católica que supuso el protestantismo de Lutero (s. XVI), el pensamiento ilustrado que apareció después se esforzó notablemente en oscurecer todos los logros que pudiera haber conocido la Historia en el largo periodo de tiempo al que se denominó «Edad Media», como si se tratase de un espacio vacío y oscuro entre el esplendor de la cultura clásica y el siglo de las Luces.

Fruto de estos esfuerzos circulan innumerables mitos, útiles para denostar la cultura católica, que todavía hoy aún perviven en la memoria colectiva. Uno de estos mitos dice que la Iglesia sostuvo que las mujeres, a diferencia de los hombres, no tenían alma… y que lo hizo durante siglos, hasta enmendarse en el siglo XVI (con el Concilio de Trento).

Esta supuesta contradicción en la historia del Cristianismo contra sus mismas bases antropológicas (de hecho, contra los fundamentos judeo-cristianos del mismísimo libro del Génesis) se encargó de desmentirla con insistencia la célebre historiadora Régine Pernoud (La mujer en el tiempo de las catedrales, 1980). ¿Llevaba la Iglesia siglos bautizando, confesando y admitiendo en la Eucaristía… a seres sin espíritu humano (prácticamente animales)? ¿venerando a mártires de los primeros siglos como Santa Inés, Santa Cecilia, Santa Ágata…? ¿y ensalzando a una mujer como la criatura más santa de todas, la Madre del mismísimo Dios, la Virgen María?

Al tiempo que señala lo ridículo del mito, la historiadora rastrea su origen en un relato de Gregorio de Tours, que menciona el caso de un obispo que durante el Sínodo de Macón (486) propuso excluir a las mujeres de la categoría de «hombres» (en sentido universal), ocurrencia que fue rápidamente descartada por sus colegas y ni tan siquiera anotada en los cánones correspondientes.

Lo cierto es que la mujer en la Edad Media tuvo sus derechos mejor reconocidos que en la época del Imperio Romano, sometida siempre al paterfamilias. Fue un tiempo donde no faltaron maestras, boticarias, copistas… cultas y poderosas abadesas, e incluso personajes con capacidad de influencia sobre Reyes o Papas, como Santa Catalina de Siena. Las mujeres tenían voz y voto en las juntas y asambleas locales de los gremios a los que pertenecían. Quizá lo que deberíamos preguntarnos es qué sucedió después que pudo robar ese terreno ganado al alma de la mujer…